
Ilustración: María Luisa Hodgson
Yolanda Arencibia (1939-2025) nació en la playa de Las Canteras, cerca de donde Benito Pérez Galdós dio sus primeros pasos y de la casa costera en la que Manolo Padorno soñó árboles atlánticos. Creció pegada a la orilla y alongada al océano desde el balcón de Firgas, uno de los once municipios canarios sin salida al mar. Sal y tierra en las rodillas de la posguerra. Y palabras ordenadas. A ellas les dedicó su vida: licenciada en Filosofía y Letras por la Universidad de La Laguna (1961) y doctora en Filología Hispánica en la misma Institución académica (1982). Ese mismo año inició su carrera docente universitaria en el Colegio de Las Palmas y, con posterioridad, en la ULPGC, donde ganó la cátedra y ocupó el decanato de la Facultad de Filología desde su creación en 1990 hasta 1999. Fue, por último, con la jubilación en 2010, profesora emérita.
No extraña que algún Episodio Nacional cayese en sus manos durante la adolescencia y que a partir de entonces quedase prendada de Pérez Galdós, el segundo novelista, dicen, más importante de España tras Cervantes. Ya saben: primero, El Quijote; después, Fortunata y Jacinta. El caso es que, atrapada (quién sabe) por las andanzas del valeroso Gabriel de Araceli o por las del liberal Salvador Monsalud, pudo leer algún trabajo de Luis Doreste Silva centrado en el célebre escritor canario. Asentadas las bases, la tesis doctoral sobre Zumalacarregui, que abre la tercera serie de los Episodios, impulsó un prolífico idilio que la convirtió, con el tiempo, en reputada galdosiana y referente mundial en la vida y obra del autor de Doña Perfecta. “Me atrapó para siempre”, dijo en una ocasión. Y junto a su literatura realista, que corteja a la gente ordinaria, repasó el amor, la muerte, la soledad, el optimismo… Temas que nunca prescriben aunque la tecnología enfríe el alma. Eso sí, el gato que adoptó Madrid siempre rehuyó el Pleito Insular. Suele pasar cuando las posaderas sestean lejos del Teide y del Nublo, de sanedrines y envidias de marquesina.
Tanto fue Arencibia a Galdós que se erigió en una sabia del lenguaje, no de verborreas alambicadas, sino del léxico vivo y bullente tan propio de quienes poblaban sus páginas de estudio. Así lo expresó en el discurso de ingreso en la Academia Canaria de la Lengua en el año 2001, entidad de la que fue vicepresidenta en dos periodos: 2005-2009 y 2022-2025.
La ACL celebró recientemente, uno de estos viernes de febrero, elecciones al Patronato de la Fundación y la candidatura encabezada por Gonzalo Ortega fue elegida por unanimidad. El nuevo presidente agradeció al equipo saliente, presidido por Humberto Hernández, la labor realizada desde 2018 y anunció la voluntad de continuar impulsando los proyectos que están en desarrollo. Además, lógico, planteó la posibilidad de promover nuevos retos.
En su día, Hernández despidió a los académicos José Antonio Samper y Juan Manuel Pérez Vigaray. Ahora el adiós le llega pronto a Ortega. Y al igual que le sucedió a su antecesor, asiste indefenso al agotamiento de las flores. Consuela, no obstante, el gratificante poso de la herencia. Atrapar la composición de pensamientos y emociones es poesía al rescate, vitalidad frente al balbuceo, a la modorra que entrega la conciencia al solo polvo de la carcoma. Viva la sabiduría de la reflexión, del pensamiento crítico, de la cultura que empapa.
Pasan las primaveras y continuamos haciéndole caso al librero que fue Francisco Martínez Viera: leeremos de nuevo, de cabo a rabo, Trafalgar y demás crónicas. Pero antes, por eso de combatir la vejez, descubriremos la postrera aportación de Yolanda Arencibia a la memoria de don Benito: Galdós. Una biografía (Tusquets, 2020). La patria de lo humano.