Alois Alzheimer (1864-1915) fue un médico alemán (patólogo y psiquiatra), que describió la enfermedad que lleva su nombre en 1906. La presentó en un congreso de Psiquiatría como una dolencia específica de la corteza cerebral cuyos síntomas principales eran pérdida de memoria, desorientación, alucinaciones y, finalmente, muerte. Hacia 1920 el alzheimer ya se conocía en los ambientes científicos. Y, en la actualidad, forma parte del abanico patológico de nuestra existencia ordinaria, pues resulta habitual tropezar con él con mayor o menor proximidad.

Lo normal es que se manifieste al ocaso de la vida cuando ya estamos debilitados por tanto trajine, cuando, por supuesto, descartamos la inmortalidad. Diagnóstico en sintonía con la Sociedad del Cansancio acuñada por el filósofo surcoreano Byung-Chul Han, en donde, sin duda, las enfermedades neurológicas tienen mucha presencia. Debe ser el desgaste o las ganas consentidas o no de desconectar de la realidad que este mismo pensador también califica como Sociedad de la Transparencia. En ella, todo vale, no hay normas y todo es relativo según qué y quién. Una convivencia que se exhibe en un escaparate de intimidades, en ocasiones pornográfico. Entonces, el narciso se hace grande, excelso, poderoso. El éxito egoísta marca objetivos cosificados y las identidades se refuerzan sin dar casi tiempo a reflexionar, a pensar, a formular autocríticas. Consumo rápido, sentencio, juzgo y tomo decisiones rápidas veladas por el ruido incesante de la desinformación dirigida. Y anhelo escenarios ideales que se construyen vacíos en el aire. Y, luego, llega la soledad porque mi mundo, al final, se desmorona. Me quedo solo.

El 27 de octubre de 2017 la rebelión en la granja se consuma. El después llega de inmediato. Derivas soberanistas endebles consentidas por la rapidez cansina del día a día. Es la consecuencia de burbujas que no explotaron. Da la impresión de que al ser humano se le cierran los sentidos de la lógica que ya, por cierto, no tiene sentido. ¿Quién quiere lógica cuando lo que de verdad funciona, apuntaba Ernesto Sábato, es la intensidad, cada vez mayor, como si fuéramos sordos? Caceroladas, pitos, gritos, piquetes… Ruido, en definitiva, que se justifica y despista, confunde, aliena, mete miedo. Incluso en la universidad.

Será que nuestra realidad es que somos hombres, o sea, “palabras que nos hablan por su cuerpo, / palabras que decimos y cumplimos: / si sólo las decimos, no hay palabras”. El poeta Carlos Javier Morales despierta la conciencia de la fragilidad. Ley de vida que se apaga. Horas de euforia que, tras el éxtasis, se traducen en depresión posparto, tuitea Javiér Gomá. Normal, entonces, que a las neuronas les entre sueño.

Gente deprimida, gente con estrés, fatigada… Gente con intereses mercantiles, ideológicos, materiales, espurios… Mejor olvidar y dejarnos mecer por la demencia senil.

A ver como amanecemos hoy.

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