Ilustración: María Luisa Hodgson

Jerónimo Saavedra, que es un caballero, siempre ha tenido claro que fue traicionado por su vicepresidente, Manuel Hermoso, el 31 de marzo de 1993, fecha en la que la revolución nacionalista canaria cogió forma una vez Secundino Delgado, José Cabrera y Fernando Sagaseta plantaran picas en Flandes. El primero, con el Partido Popular Autonomista a principios del siglo XX; el segundo, con el Partido Nacionalista Canario en la Cuba republicana de 1924, y el tercero, con la Unión del Pueblo Canario en la primera legislatura constitucional posfranquista. Porque Cubillo y su MPAIAC fueron otra historia. Lo que no hay duda es que la conquista y colonización del Archipiélago derivó en un lógico sentimiento de canariedad, considerando la lejanía con la Península Ibérica y las singularidades propias. Además, la pervivencia de la población prehispánica acentuó esta sensibilidad. Así, según los resultados de una investigación desarrollada en la Universidad de La Laguna, bajo la coordinación de la profesora Rosa Fragel, la ULPGC y demás instituciones académicas y centros, se puede determinar que los canarios tienen, en la actualidad, una ascendencia aborigen por línea maternal del 55,9 %, mientras que los componentes europeos y africano subsahariano son de un 39,8 % y un 4,3 %, respectivamente. No obstante, aunque el factor étnico es importante, no es el único que conforma la construcción de la nación. Uno, en el fondo, no es de donde nace, sino de donde pace. E, incluso, en el caso que nos ocupa y arrimándonos al ascua de Juan Manuel García Ramos, la atlanticidad es el concepto que define el acervo insular en estos peñascos. Y en San Borondón, entre las olas y las nubes, también. Imaginario.

Ahondado en el análisis del ADN mitocondrial localizado en las muestras arqueológicas estudiadas, los valores más altos de ascendencia nativa se observan en La Gomera (55,5 %) y La Palma (41 %), mientras que los más bajos se encuentran en El Hierro (0 %) y Tenerife (22 %). O sea, honores patrios y chácaras al viento para los descendientes del guerrero gomero Hautacuperche y del benahorita Tanausú, protectores de una identidad que flaqueó en la cosmopolita Nivaria a la sombra de Chaxiraxi y su tagoror de menceyes, y desapareció en la frágil Isla del Meridiano entre sabinas, lagartos gigantes y la Virgen de los Reyes.

Con estos mimbres, Hermoso tuvo la habilidad de construir una propuesta electoral con innegable potencial tras aunar los alientos de las Agrupaciones Independientes de Canarias, Partido nacionalista Canario (refundado en 1982), Centro Canario Independiente, Iniciativa Canaria y Asamblea Majorera. De ese reagrupamiento heterogéneo (derecha, centro e izquierda) surgió luego Coalición Canaria, formación que, sin tener consistencia ideológica, unió más que separó en aras de vertebrar opciones de gobierno efectivas con la complicidad de un tejido social sostén de la bandera tricolor e, incluso, de las estrellas verdes en estados de especial efervescencia patriótica.

Veintiséis años después, con la cicatriz abierta de Román Rodríguez, y a las puertas de celebrar los comicios más disputados de la joven monarquía parlamentaria, el desgaste del poder pasa factura, momento propicio para que el nacionalismo se parapete en la ultraperiferia, la tradición y en reivindicaciones vernáculas. Por eso, coincidiendo con el vigésimo aniversario de la fundación de la Academia Canaria de la Lengua, el nuevo Estatuto de Autonomía recoge en varios artículos la promoción y estudio del español hablado en las Islas como patrimonio cultural que los organismos públicos deben valorar y difundir. Pero no parece suficiente. CC está en su peor momento y estas acciones, necesarias, ya no calan en el pueblo con el mismo ímpetu que, por ejemplo, insufló el “¡Lucha canario!” de Elfidio Alonso. Ahora, el almendro de Nicolás Estévanez está mustio, apenas se lee poesía y el debate público transita, superficial y polarizado, en las redes sociales, campos abonados para el fomento de la propaganda y las noticias falsas. “En un tiempo fui un submarinista en el mar de palabras. Ahora me deslizo por la superficie como un tipo en una moto acuática”, afirma, certero, el escritor estadounidense Nicholas Carr.

La partida se juega con reglas nuevas y en un escaparate sobreinformado, disperso, encantador, enérgico, horizontal… Algo como la diversión de Tecnológica Santa Cruz: millones de impresiones, miles de usuarios etiquetados, contabilizaciones… Pasen, vean y gocen con el encanto cuantitativo de lo efímero. Es el espectáculo cortoplacista que atrae, de igual forma, al animal político sediento de protagonismo bajo una cohorte de asesores que escriben, programan, diseñan y calientan neuronas. Y Coalición Canaria, claro, no está fuera de la red. Su aparato sopla a todo trapo para que la pérdida de votos de sus líderes sea la menor posible. Las cuatro primeras letras del abecedario (Carlos Alonso, José Manuel Bermúdez, Fernando Clavijo y José Alberto Díaz) se ubican inciertas en el tablero revuelto del Scrabble. Solo Ana Oramas (y José Manuel Pitti) sostiene el relato de la primera batalla de Acentejo. Su añepa nunca abatida.

Dígalo Sancho de Herrera, dígalo Fernán Peraza, el linaje de Manuel Hermoso se bate el cobre en la orilla y en la cumbre escarpada.

Archivo