Ilustración: María Luisa Hodgson

A estas alturas uno no se siente guanche, pero pone que la momia del barranco de Erques luzca palmito en la portada de la revista National Geographic. Nacer en Tenerife y pacer en su tierra volcánica es motivo más que suficiente para sentirse cerca de la población prehispánica que dormitó a la sombra de Echeide. Pero sin sacar los pies del tiesto. La roja y gualda también es de uno, incluso más que la azul y amarilla del pío pío. Los cabildos tiran más que la autonomía. Mejor, súbdito del mencey que del guanarteme. Mejor, tonique que tenique, si bien la Academia Canaria de la Lengua solo recoge el segundo canarismo. Su presidente, Humberto Hernández, debería tomar cartas en el asunto e incluir por decreto a la piedra tinerfeña en su diccionario. Que los canarismos de aquí son cosa seria, tanto como los de allá, aunque el diputado pepero Juan Manuel Casañas se lo tome a guasa y vacile en sede parlamentaria con la modalidad del español que se habla en las Islas. Pollaboba. Hablar canario, señoría, no es emplear expresiones propias del sociolecto próximo ar nota de barriada. Y tal.

También es verdad que el sentir isleño, ese de la patria chica, ese del arraigado y carnavalero pleito insular, solo se da en nuestro mundo chico. Una vez se despliegan alas en la Península o allende los mares la canariedad hace causa común con el paisanaje de las siete: desde Lanzarote a El Hierro, porque La Graciosa, oiga, dejénla tranquila al abrigo de Teguise. De tanto apellidarla están gastándola. La clase política que farandulea. La encantada de San Borondón, seguramente, tiene más méritos. Ya la reivindicó una vez Elfidio Alonso en el Alfredo Kraus después de cantar con la manta esperancera el fascinador romancillo del siglo XVII que la puso en el mapa pobladísima de árboles.

Fácil querer a Canarias, pese. Pese al politiqueo y al periodismo cómplice que tanto se necesitan. Como en todas partes. Pese a rebenques y diversidad singuanga. Como en todas partes.

Fácil querer a Canarias con la luz y el alisio que florecen a rasgue de timple, condumio y tenderete. Que una pulga saltando rompió un lebrillo.

Fácil querer a Canarias con la innovación y el desarrollo que transpira en el terrero, en el parque tecnológico y en el aula, pese. Pese a la apatía de enseñantes que malcrían la enseñanza con sopa boba. Como en todas partes. Fácil querer a Canarias con el empuje emprendedor y la visión de quienes empujan con mañas y talento.

Fácil querer a Canarias con la carne de gallina de la chácara, la sed del tambor de La Gomera y la buena gente, pese. Pese a sanedrines. Como en todas partes.

Fácil querer a Canarias con Pedro García Cabrera y la vanguardia que fuimos, pese. Pese al polvorete que somos.

Fácil querer a Canarias con sus tajinastes, laurisilva, pinus canariensis, fayal-brezal, sabinas, tarajales, bancales, malpaís y arena, pese. Pese al acojone de la pardela cuando grita de noche.

Fácil querer a Canarias en su campo y en su costa, pese. Pese a los desmanes urbanísticos. Como en todas partes. Fácil querer a Canarias con Vicente Saavedra y Javier Díaz-Llanos, pese a que Ten-Bel sea una caricatura; con Rubén Henríquez, pese a que el trampolín de la piscina Acidalio Lorenzo ya no exista; con Artengo-Menis-Pastrana y su patio de la Casa Hamilton, y con el joven Leonardo Omar y su blanca arquitectura del sol.

Fácil querer a Canarias con Olga Serpa y su Mestisay, con Palmera, Los Coquillos y Los Sabandeños, pese. Pese a Los Gofiones.

Fácil querer a Canarias con los hoteles Santa Catalina y Mencey, que ya no es lo que era porque Iberostar le robó la esencia y ahora se mandará a mudar. Que ni pintado para que Pilar Parejo agarre calzones y ponga fundamento.

Esta es la isa canaria divertida y parrandera.

En Tenerife quiero morir. Como la momia guanche.

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