Ilustración: María Luisa Hodgson

Cuando Manuel Vicent se cruza en las letras afloran el arquitecto Juan Julio Fernández, el perro Bruno y el tiempo atrapado. Es la nostalgia de quienes pensaban en el territorio y hablaban de arte, pieles y tensiones. Gaveta de souvenirs, fotogramas de Jacques Tati y una tercera planta colegial con Perico Ravina, Virgilio Gutiérrez y otros habitantes tenaces con apuntes del paisaje herido.

La mirada consciente pasa factura: en El Porís la marea va más lenta. Es como El Médano de hace cuarenta años. Solo el Nautilus de Herzog acerca la modernidad. Solo el óxido y la dejadez de quienes ocupan cargo munícipe confirma que estamos en ínsula. Singuango escenario: mientras la turista recoge basura del paseo marítimo, un grupo de jóvenes deja atrás el reguetón y un infame estercolero. Luego, el pueblo canario bramará en otra manifestación con chácaras. Agota la falta de educación, la escasa autocrítica, el cansino relato patrio a la sombra de un almendro y su lata de Red Bull.

No hay frontera en la creación. ¿Ficción, realidad? Las crónicas del aliento y sus pitos y aplausos requieren perspectiva. Cosas distintas son el helado con nueces y los últimos sorbos de Mateus Rosé que sirven en el Restaurante China de la avenida de Anaga en la Capital tinerfeña: clásicos complacientes sin puntos de vista, como el Taittinger de Isabel Díaz. Mejor estos deleites que intentar razonar con fulano y mengana sobre la imbécil ideología que justifica el voto. Moho en la ultraperiferia, Iberia, Bruselas y en el plato de garbanzas. Los leones del Congreso no se miran. Ni falta que hace. Escudos, banderas y la negrura en patera.

No le pidamos peras al olmo. La crisis existencial que perturba 2024 empezó con la cultura de la cancelación y la obsesión por el yo magnificada en las redes sociales. Caballo desbocado, feroz peste hedonista con pústulas en la psique y sus consecuencias: la estela del barco a Venus no se cansa de orbitar en torno al frágil Planeta azul incansable al grito.

En la biografía hay tragos para todos los gustos. Experimentar en carne propia destruye o enrecia. Depende de actitudes y circunstancias. Lo de ahogarse en las penas no parece una buena idea, aunque las compartas con un Pesquera reserva o un módico tetrabrik. Lo que queda por vivir es no lamentarse. Es cantar La Marsellesa en el Café de Rick, no contemplar el paso de las estaciones como hace el carro de la Osa Mayor.

La vida. La vidriera del Edificio Central de la Universidad de La Laguna no pierde comba. Marisa Tejedor sonaba con Radio Futura y a Fran García, como a Dani Martín, le tiene loco Ester Expósito. Sus magníficas autoridades académicas mantienen black en el Paraninfo, al igual que los grillos cuando bautizan a pardillos en la fuente de piedra ante el impasible santo Fernando. Décadas después somos un poco más viejos y sensibleros. Sienta bien el barraquito con canas en la cafetería esa junto a Javier Fernández Quesada y la inspiradora montaña de Brianna Wiest. El paso por Lemus también deja Una historia particular. Qué haríamos sin Paco.

Ya no se estilan cartas manuscritas. La caligrafía está en peligro de extinción y los fondos epistolares son una joya. Espero ver publicada la correspondencia del periodista Víctor Zurita con Francisco Martínez Viera, María Rosa Alonso, Pedro García Cabrera, Domingo Pérez Minik… Al caer la tarde las hojas de los árboles fulguran la memoria de quienes nunca mueren. Lo sabe la biznieta María. El miércoles disfrutó con historias contadas. Inspiran las cuartas generaciones que escuchan lo vivido en radiantes primaveras y polisemias de otoño.

Hace unos días te escribí con el Montblanc de Tío Amado

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